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Prefacio a la nueva edición

El título que había ingeniado originariamente para este libro era Ser, hacer y deber ser. Este título era, a la vez, un compuesto de dos títulos que había considerado, hace ya un tiempo, como rotulando dos libros: El ser y el hacer y El ser y el deber ser.

Tenía dos razones para adoptar los títulos citados.

Una razón era artificiosa. Dos libros míos se titulan: El ser la muerte y El ser y el sentido. Con El ser y el hacer y El ser y el deber ser -o el compuesto: Ser, hacer y deber ser- me parecía que se redondeaba una «serie», donde el término 'ser' era como un signo que llamaba la atención sobre el enlace entre todos estos libros.

Por desgracia, el término 'ser' es poco de fiar. En El ser y la muerte y El ser y el sentido, 'ser' (con el artículo determinado) es usado como un comodín. En el primer caso es empleado como una abreviatura de 'todo lo que hay' y a veces como una abreviatura de 'la Naturaleza'-de todo lo cual se afirma que cesa o, en un vocabulario más «humano», que «es mortal»- En el segundo caso es usado para designar un rasgo ontológico de cualquier cosa que haya—lo que es tal y cual, o tiene tales o cuales rasgos o propiedades-. Introducir de nuevo la expresión 'El ser', aunque fuera simplemente a modo de título, hubiera aumentado aún más la confusión.

Otra razón es más confesable. En El ser y la muerte y El ser y el sentido trataba principalmente problemas ontológicos, epístemológicos y semánticos (en el sentido filosófico de este último término). Se atacaban asimismo otros problemas -por ejemplo, en el segundo de los citados libros, el de las llamadas «objetivaciones» como constituyendo uno de los rasgos del «mundo cultural»-, pero estaban subordinados a los anteriores. Ya entonces tenía el proyecto de ocuparme oportunamente de cuestiones relativas a las acciones humanas y a las normas, especialmente las normas llamadas «morales», y la intención de hacerlo dentro de los marcos ontológicos trazados. Con un título como Ser, hacer y deber ser creía expresar mi fidelidad a estas intenciones.

He llegado a la conclusión de que para expresar tal fidelidad no es menester ser esclavo de títulos y de términos, y no digamos de términos sospechosos como 'El ser'. Además, resulta que en el curso de los años, aunque sigo creyendo apropiados varios de los marcos ontológicos antes trazados, y en particular ciertas ideas centrales como la del uso de conceptos-límites, han cambiado, espero que para mejorar, algunas de mis ideas. El título del presente libro aspira a anunciar más claramente mis intenciones.

Las cuestiones relativas al carácter de las acciones humanas, de los deberes y de las normas, especialmente las normas juzgadas morales, siguen siendo uno de los motores del proyecto realizado en el libro presente. Sigo creyendo, sin embargo, que estas cuestiones deben, o pueden, ser tratadas dentro de un marco más general, que es el marco dentro del cual se dice que se ejecutan tales acciones y se formulan tales normas.

Llamo a este marco, para abreviar, «las realidades» o «el mundo». En él desempeña un papel fundamental la realidad física, como realidad básica. De ahí la vaga palabra 'materia' en el título De la materia a la razón. Pero junto a la realidad física hay otros niveles de realidades, cuya naturaleza no se despeja diciendo que son, últimamente, físicas, aun si, como indiqué ya en uno de los dos libros anteriores míos mencionados, toda realidad está entreverada con, y no existe sin, realidades físicas. En uno de los aludidos niveles de realidades hay ciertas actividades que suelen llamarse «racionales» y que pueden compendiarse con el rótulo «razón» o «racionalidad». De ahí la, también vaga, palabra 'razón' en el título De la materia a la razón. Las preposiciones 'de' y 'a' sirven de marca o señal para aludir a dos ideas: una es la de una especie de «continuo»; la otra la de una especie de «curso» o «evolución».

Al tratar «de la materia a la razón» entiendo que la llamada «racionalidad», que no está desligada del mundo físico a través de los varios «continuos» que describiré oportunamente, representa el punto en que, para decirlo abstractamente, «lo que hay» se convierte en un «decir algo acerca de lo que hay» -y en un aventurar decir algo acerca de lo que se espera que haya-, en una especie de último grado de recursividad.

El presente libro se divide en cuatro capítulos. En el prim ero se presenta un bosquejo del mundo que responde al título de la obra. En el segundo se dilucida la noción de acción. En el tercero se examina si hay, o no hay, relaciones -y, en caso de haberlas, cuáles son- entre lo que se dice que hay y lo que se supone a veces que debería haber, y entre hechos y valoraciones. En el cuarto se estudia el tema de lo que vale la pena hacer, y se presentan propuestas específicas bajo la forma de un sistema de preferencias.

Se ha confinado a un «Apéndice», que el presunto lector puede leer o descartar, el análisis de varios modos posibles de hacer filosofía y las razones que tiene el autor para preferir ciertos modos a otros.

Aunque sólo el capítulo primero parece responder bien al título del libro, los capítulos que le siguen no son meras prolongaciones. Por un lado, en ellos se tiene continuamente presente, aunque no se lo mencione siempre de modo explícito, el tipo de mundo bosquejado en el capítulo primero. Por otro lado, se examinan las cuestiones relativas a acciones, deberes, normas y valoraciones «perpendicularmente», esto es, en tanto que tienen sus raíces en dicho mundo.

Una de las conclusiones que se desprenden del libro es a la vez una de sus premisas. Esta es una situación nada infrecuente en exploraciones filosóficas. La conclusión-premisa aludida es: si es posible (aunque sólo como un ideal inasequible) la objetividad completa en el conocimiento, y si es posible (como un ideal del mismo género) la objetividad en la formulación de normas reputadas «morales» y en las valoraciones, todo ello es sólo en tanto que se trata de actividades, y resultados de éstas, que aspiran a ser racionales, y que son siempre naturales. No es menester introducir ningún otro mundo que el que va de la materia a la razón.

J. F. M.

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